Mi naturaleza *

Por Paula Marull

Ilustración Juliana Rosato
Me dijeron que esto es la naturaleza. Así que me traigo.

Me siento en este pedazo de pasto a buscar silencio, pero ya sabemos. El silencio es como el cielo, no existe. Siempre hay sonido, un zumbido, un monstruo. Un miedo que insiste. Una alerta. Un dolor. Una voz. Vos.

Miro este árbol y pienso en el poder que tiene una semilla. En lo peligrosas que pueden ser las cosas pequeñas. El “no”, el “mí”, incluso las cosas que solo tienen una sílaba.

Pienso en cómo nos acostumbramos a los milagros y ya no nos hacemos preguntas. ¿Cómo se sostienen los árboles? Pienso en lo pequeñas que son algunas raíces, finas y temblorosas como venas o ríos que se van secando. Lo que sostiene es la tierra, me digo. La tierra es fuerte, es las hojas, los huesos, la mugre, la muerte, es todo lo que un día tuvo suerte.

Busco contacto con la naturaleza. Pero ya sabemos. La naturaleza es todo. Todo lo que termina con “esa” y mucho más. La belleza, la maleza, la pobreza, la torpeza, mi pieza, el sonido del aceite hirviendo cuando tiro una milanesa.

Pienso en MI naturaleza. En lo poco que se de mí. Pienso en todos los árboles que estudié. En los árboles que trepé. En los árboles que nunca miro. En los bosques de la Mesopotamia, en los ríos de America del Norte, en el Sargento Cabral, en la marcha de San Lorenzo, en la raíz cuadrada, en el número Pi, en la Patria, en Paula Albarracín, pienso en todo que estudie con la letra P pero nunca llegue a mí. Qué pena que en el colegio no me hayan enseñado más de mí, me digo. Pienso en mi primera carpeta, en la etiqueta donde mi mamá escribía mi nombre. La recuerdo porque pensé: “Voy a estudiar sobre mí”. Y escribimos muchos cuadernos pero adentro nunca estaba yo.

Qué pena que no haya habido un solo acto de fin de año donde haya tenido que actuar de mí. Una vez hice de árbol. No me movía ni hablaba. Fue el único acto que me gustó. Sentí que era un poco yo.

A mi hija tampoco le gustan los actos. En el acto de primer grado hacía de flor pero no quiso actuar. Al de segundo grado faltamos porque murió mi abuelo. Al de tercero faltamos porque morí yo.

No es fácil convencer a un niño de hacer algo que no quiere. No es como los adultos. Los niños al principio no se dejan porque no entienden, después no se dejan porque entienden. Todo hay que hacerlo simulando hacer otra cosa: maquillarla, alentarla, mirarla otra vez, aplaudirla, filmarla, fotografiarla sonriendo, fotografiarla sonriendo más. Distraerla para que se deje las invisibles en los rodetitos, engañarla para que se deje hacer los rodetitos.

Todo se convierte en esfuerzo. En decisiones. Nunca es “con lo que tenemos”. Nunca, ni una vez es “vengan con lo que puedan”. “Vengan ustedes.” Siempre, lo importante es otra cosa. Una cosa simple, pequeña que aparenta la inocencia de un accesorio y que se vuelve gigante y monstruosa. Ese año fue la cinta rosa.

La cinta rosa no tiene que ser ni muy ancha ni muy corta. Ni muy rosa. Que el rosa no sea chicle ni bebé. Rosa chicle es un rosa que te llama, que te dice “mírame que acá estoy con la fuerza del rojo aunque sea rosa”. Después esta el rosa bebé, que es suave como todo lo que se le pone al bebé, para mitigar su salvajismo, esa cría que gime, grita, llora y babea. Desde el principio esa necesidad de calmar todo. De diluirlo. De aplacarlo. De debilitarlo. De atenuar la fuerza de la vida. Un bebé es lo más fuerte que hay. Un bebé es casi una semilla. Sin embargo hay que disfrazarlo de peluche para que se lo pueda querer. Y por último está el rosa viejo, que de tan viejo ya no le queda rosa, y es casi blanco.

De todas las veces que me morí, esa fue la más imperceptible. Porque yo estaba muy cansada. Me apagaba. Pasaba minutos en silencio mirando un punto fijo o el teléfono. Primero desaparecí y después sin darme cuenta, sin que yo ni nadie se diera cuenta, me morí.

En aquella época para mí todo era difícil. Cosas muy sencillas. Como bajar a comprar leche o ir al dentista. Hacer un llamado, o recibir un llamado. Decir lo conveniente en el llamado. O escuchar y permanecer callada. Sostener esos segundos previos a responder algo me costaba.

Estaba mucho tiempo tratando de que algunas cosas no se notaran. Que no tenía ganas, que no me alcanzaba, que no me interesaba, que no me gustaba, que no podía, que no me salía, que no me animaba, que no me acordaba, que no llegaba, que no me importaba. Todo era disimular.

Cosas muy sencillas como ser madre, o estar en el mundo me resultaban dificilísimas. Pensaba que todo tenía que ser de otra manera. Incluso yo.

Por eso me gusta mirar este árbol. Que siempre es un árbol. Y siempre le sale bien.

Tengo recuerdos de esos días. Como fotos.

Estoy sentada en mi pieza. Mi cama está tendida con un acolchado amarillo que amo. No me resulta difícil amar algunas cosas. Estoy envuelta en una toalla blanca, sentada en el borde. Justo al lado de la mesa de luz. Estoy ahí porque el teléfono está cargando, conectado al cable. Pienso que tengo que comprar un cable más largo pero nunca lo hago. Incluso ahora que ya no estoy ahí lo pienso. Miro el teléfono. Los minutos pasan. El pelo se me va secando. La toalla es muy suave. Es primavera. La ventana está abierta, entra el sol que también es suave. Hay olor a unas flores que no sé cómo se llaman. Sin embargo ese perfume de las flores me pone triste. Todo es hermoso. Yo también quizás haya sido hermosa. Todo, absolutamente todo tiene alguna belleza. Pienso que si volviera a nacer querría ser yo otra vez. Querría ser esa persona que está ahí sentada.

Que pesa, que insiste, que hace y no progresa. Que corta tiritas de milanesas.

Lamento no haberme disfrutado lo suficiente.

Extraño. Me extraño.

Me gusta este árbol porque no es especial. Es difícil, casi imposible encontrar un árbol que no sea especial.

En este árbol me enamoré de mí. Me traje por primera vez y me dije: Me amo. No como los enamorados que se aman a ciegas y se besan en la boca y se prometen cosas. No así. No fue un amor a primera vista. Tardé años, cientos, miles, millones de años en amarme. Pero ahora que te tengo acá, me dije, te miro y siento amor por todo lo que sos y lo que no sos. Por las palabras que tenés atragantadas en el pecho y en el estómago. Por lo que no pudiste hacer. Ahora que te veo al sol. Ahora que te da ese rayo justo ahí donde a vos no te gusta porque se te notan los poros. Y el bozo. Te amo más. Tanto, que si este árbol fuera mío, y estuviera en un patio que no tengo le tallaría un corazón que diga “yo y yo”. Así que me hice una canción. Y me la voy a cantar.

Cansada de que nunca me alcance,
que siempre esperen mas de mí
dije, van a adorarme por siempre
y me morí.
Pensé, este jardín es hermoso
para hacer un gran pozo
y me puse a cavar.
No es para hacer una huerta
es para hacerme muerta
y arremetí.
En este pozo profundo
me retiro de este mundo
me llevo las cosas mías
para no dejar porquerías
así que, sí:
Enterré lanchera, buclera, heladera,
chacareras que aprendí en la escuela,
las mamás de colegio,
las guitarras con sus arpegios,
metí los tuppers, el microondas y su falla manual.
Había tantas cosas
que para mí,
no había lugar.
Quede acá parada
desnuda, sin utensilios,
perdida sin mis bolsillos
y me puse a bailar
me puse a bailar
me puse a bailar.
Ahora estoy macanuda
sin la sube, sin la nube,
sin todo lo que tuve
y cada vez me amo más
cada vez me amo más
cada vez me amo más.
Pensé ya no soy tan callada
dentro mío hay un hada
que me enseña a cantar.
Esta noche tengo planes
con un litro de vino
tomar un camino
y no volver nunca más.
Dejo un cartel que diga
“acá yacen las cosas mías”
el resto, ya se verá.
Vaya esto no es la muerte
es un golpe de suerte
cada vez me amo más
cada vez me amo más
Soy mi príncipe azul
me canto canciones
me digo que linda estás
y me saco a bailar
cada vez me amo mas
Y me saco a bailar
cada vez me amo mas
cada vez me amo más.


* Mi naturaleza fue una de las seis obras breves que formaron parte de la primera edición de Jardín Sonoro, experiencia teatral site specific que se realizó en el Jardín Botánico durante el mes de marzo. A través de una app móvil, el público pudo recorrer el jardín y escuchar piezas vinculadas a la naturaleza, todas escritas, dirigidas e interpretadas por mujeres de las artes escénicas. Mi naturaleza, de Paula Marull, fue interpretada por Gloria Carrá, e incluyó canción con letra de Paula, voz de Carrá y guitarra, banjo y voz de Jano Seitún.