Más frágil que el cristal, fuerte como el hierro forjado

Por Moira Soto

La expresión “más grande que la vida” parece inventada para ella cuando se presenta en escena. Y no porque Paula Fernández Mbarak alardee de recursos, apele al énfasis o a otras tretas actorales para sobresalir; mucho menos a esa manipulación demagógica del público típica de ciertas maneras de ejercer el divismo. Paula Fernández Mbarak es una actriz sin dobleces (aunque sus personajes puedan tenerlos…), de una limpidez milagrosa, que no se guarda nada sobre el escenario pero que tampoco se excede. Que puede lanzarse sin red y ponerse en peligro, invertir mucha adrenalina, sí, pero después de haber sondeado a su personaje y encontrado su esencia. Su interpretación en el reciente estreno Las Promesas avala lo dicho: PFM se separa radicalmente de su personaje de la madre de Mi hijo solo camina un poco más lento -aún en cartel- y hace otra creación admirable que el público agradece muy conmovido, aunque se trata de una obra que no se la hace fácil, de exigente abordaje.

Paula, templada en un largo camino de obstáculos y perseverancia -con un paréntesis de varios años dedicados a esperar, parir y criar una hija y un hijo-, aunque ella dice que “llegué tarde a todo”, está en un gran momento de ese oficio que ama desde siempre, a punto de caramelo como actriz. Y se brinda a la entrevista con la misma alegría con que lo hace sobre las tablas.

Las promesas
Crédito Ana Clara Romanazzi y Beto Repetto
Bastante chapado a la antigua tu papá al oponerse a tu evidente vocación, porque esto de que ser actriz era riesgoso para la moral de las chicas ya no tenía vigencia cuando vos andabas por los 18, 20 años…

-Mi papá era muy conservador en ciertas cosas y yo no me rebelaba en ese entonces. Más adelante me salí con la mía, no sin mucho esfuerzo. Como lo que realmente yo quería era ser actriz y no me dejaban, al salir del secundario no sabía bien qué estudiar. Opté por la locución, pero en el Iser, en ese momento, solo había clases de noche. Yo era de Caseros, y mi papá no me dejaba venir al centro a esas horas. Así que me incliné por el periodismo. Fui al Círculo de la Prensa, donde me recibí destacándome en radio y televisión. La escuela estaba en Perú y Belgrano, al lado había una sede de la Escuela Municipal de Arte Dramático, y yo veía pasar a los chicos con toda esa onda, vestidos a su manera, con un sello distinto. Los miraba con mucha ilusión. Yo era una nena de 18, pero no como las de ahora. Una chica de barrio que solo había trabajado en la rotisería de mis viejos. Bastante  ingenua, estaba en otra sintonía. Venirme al centro a estudiar periodismo me avivó un poco. Imaginate, tenía algunos compañeros que venían de Europa, de España. Fue como una revolución para mí, ya no volví atrás. En el medio de esos estudios conseguí trabajos para subsistir. Emergencias Médicas fue uno de esos laburos.

¿Tenía su lado dramático este empleo?

-Muy. Una época muy angustiante para mí. Estaba el menemismo, el negocio de mis viejos empezaba a decaer como tantas otras cosas. Hasta que llegó la debacle del 95… Durante toda esa etapa yo estudiaba, tenía un trabajo, ayudaba en la rotisería: esto último lo hice desde chica. ¿Viste que antes había otro concepto sobre la edad apropiada para empezar a trabajar? Mi viejo lo había hecho desde muy chico, se había criado solo y no veía mal que mi hermana y yo trabajásemos. Pero yo veía que mis amigas del barrio estaban todas jugando en la puerta, y nosotras no. Y lo padecía, obvio. Pero también tengo que decir que toda esa experiencia me dio herramientas para defenderme en la vida.

A mamá
¿Qué hacías en la rotisería de niña?

-Un poco de todo: yo era como la Juanita de la cocina, lavaba las ollas, pelaba las papas: una asistente. De hecho, no sé cocinar. Solo sé hacer pizza, la especialidad de mi papá. Y con mi hermana, también atendía a los clientes. En esa época, los almacenes de barrio, hasta que aparecieron los chinos, tenían de todo. En los de mis viejos había un poco de quiosco, otro de almacén, artículos de limpieza… Y rotisería.

¿Estaba ese trato familiar con el vecindario que lamentablemente se ha ido perdiendo?

-Total. En el barrio los vecinos eran nuestra familia. Porque salvo mi mamá que es argentina, venimos por parte de mi papá del Uruguay. Acá apenas tenemos algún tío perdido por ahí, por eso el barrio pasaba a ser parte de la familia. Y cada vez que hacía falta, que pasaba algo, los que corrían por nosotros eran los vecinos. Y del mismo modo, nosotros por ellos. Muchos chicos del barrio medio se criaron en mi casa porque pasaban las vecinas y le decían a mi mamá: “Pirucha, ¿me cuida a la nena que voy al médico?”. Y ella siempre aceptaba. El negocio estaba adelante, nosotros vivíamos en el fondo. Era muy linda esa solidaridad, esa confianza. Ya de grande, viviendo en el centro, en Almagro, cuando tuve a mi primera hija sentí mucho esa soledad de la falta del otro. De la otra mujer que te da una mano, te saca de un apuro…

¿Tenés en claro cuándo, por qué aparece ese deseo unívoco de ser actriz?

Mero Mero Mosqueteros
-(risas) Creo que nací con ese deseo marcado a fuego. Como se decía en aquel entonces, mi mamá era actriz vocacional. Siempre cantó -muy bien- en las fiestas, las reuniones. Era muy histriónica. Con ella mirábamos mucho cine argentino de los ’40, ‘los 50, los teléfonos blancos. Me emocionan esas películas, me encanta el tango. Cosas que se imprimieron en mí a través de lo que absorbía de chica de mi mamá. Mirá, cuando gané el Ace 2015 por mi labor en Mi hijo solo camina…, al subir a recibir ese premio, te juro que ese recorrido que hice desde mi asiento hasta el escenario era algo que me resultó ya conocido, como si lo hubiera ensayado. Me manejé así de suelta y natural. Es que toda la vida yo había mirado esas entregas de premios, no porque pensara que alguna vez iba a ganar algo, sino porque era parte de un mundo que me atraía, que siempre sentí como mi mundo. Tengo mucho poder de observación de algunas situaciones, entonces, sabía cómo proceder en esa entrega. Y cuando me paro a actuar en el escenario, siempre es como si no hubiese hecho otra cosa en mi vida. Puedo hacer bien otros trabajos, pero actuar es lo propio de mí. Yo miro el mundo a través de mi actriz: hablo, me comunico, soy madre desde allí.

Contame algo sobre Boris del Río, tu primer maestro, que no aparece en la web, no figura en Alternativa Teatral.

-Falleció hace un par de años Boris. Por suerte, llegó a verme en Mi hijo… Sí, Boris fue mi primer profesor de teatro cuando tuve la posibilidad de estudiar actuación en mi barrio, donde estaba el Banco Cooperativo de Caseros, institución muy importante de la zona que tenía una fundación. Allí tuve clases con Boris quien, cuando ingresé, rápidamente, me puso en el elenco: advirtió en mí a la actriz, esto de que al pararme sobre el escenario yo estaba en mi territorio. Con Boris empecé a entender un montón de cosas. Él vivió toda su vida de su profesión, no se hizo conocido porque siempre se manejó en los márgenes. Un juglar, una persona llena de inquietudes: hacíamos obras valiosas, de muy buenos autores. Venía la gente del barrio a ver esos espectáculos. Hermosa época.

La peluquería de Don Mateo
¿Fue tu primer contacto con la literatura teatral?

-Sí, claro: yo ni siquiera había ido alguna vez al teatro cuando empecé a estudiar con Boris. Eso sí: actuaba en todos los actos de la escuela que se hicieran. Actué de Don Mateo a los 8 años.

¿Travesti precoz?

-Pero escuchame, ¿cómo iba a hacer de Don Mateo una nena de esa edad, vestida de varón? Resulta que yo siempre fui gordita, y mi mamá me cortaba el pelo cortito por causa de mis rulos que ella no tenía tiempo de peinar. En consecuencia, nos mandaba enfrente a lo de Haydée para que nos achurara. En esa época estaba de moda el Gordo Porcel con su peluquería, y la maestra a fin de año decide inspirarse en ese programa de la tele para el acto escolar. Lógicamente, me elige a mí, que caracterizada quedé igualita. La sala era la del club del barrio, en el medio habían puesto el sillón de la peluquería, todo el mundo se sentaba alrededor: los chicos, las familias… Y yo saliendo de un costado (aquí Paula Fernández Mbarak tararea la musiquita del caso). Mi mamá me había hecho una panza postiza –porque yo era gordita pero no tanto-, una camisa celeste, bigotes. Imaginate cuántas ganas puede tener una criaturita de actuar, a esa edad, para hacer a semejante personaje. Las nenas querían hacer de princesas, no de varones. Yo solo quería actuar en esa fecha, año 1978.

¿Cuál fue la  primera obra que interpretaste con Boris del Río?

La peluquería de Don Mateo
-Primero hice Escuela de viudas, de Cocteau, estaba con mi amiga Liliana Polesel, que era la protagonista, yo hacía a una cuñada; después, obras de Osvaldo Dragún, de Tito Cossa. Con Boris estuve unos 4 años, primero estudiando, luego en el elenco. La primera obra de teatro la ví, totalmente maravillada, en Montevideo. Yo ya trabajaba y estaba de vacaciones en casa de unas tías. Las invité al teatro a ver El diario de Adán y Eva, con China Zorrilla y Carlos Perciavale. Tengo muy grabadas imágenes de China ya grande -siempre fue grande China- mirándose el reflejo en el agua. Esa función fue una epifanía para mí. Por eso, a estas alturas que, por ejemplo, he hecho tantísimas funciones de Mi hijo…,  no dejo de pensar que una nunca sabe a quién le estás hablando desde el escenario. A veces, cuando me siento cansada, que no me dan las fuerzas, me alienta pensar en esto, en quiénes van a recibir lo que les voy a dar. Entonces, la entrega es total. Me sigue pasando con distintas obras que tiempo después, una persona del público me dice: “Cuando vos dijiste tales cosas, me hablaste a mí, para mí fue importante”. Por eso no me guardo nunca nada. A mí me gusta mucho lo que hacen artistas como Liliana Polesel, que en un teatrito de la calle Combate de los Pozos al 500, El Laberinto del Cíclope, ofrece mensualmente una función de La casa de Bernarda Alba: la próxima es el 12 de mayo. Cada vez con la misma pasión, cuidando el detalle, con logros que a veces no se encuentran en grandes teatros oficiales, siempre llevando los jazmines frescos…

¿Cuándo hacés el corte decisivo y alcanzás autonomía total?

-A los 26, rompí cadenas y me vine a vivir en la Capital. Como verás, todo lo hice de grande: me casé grande, tuve hijos grande. Enseguida, me anoté en el Rojas, con Mosquito Sancineto.

¡Qué persona tan linda y adelantada su tiempo!

A mamá
-Ay, sí, un ser entrañable. Cero divismo, libre, es como es, anda por la vida así, andróginamente. Bueno, empecé con él. También tomé clases con Jean-François Casanovas, del grupo Caviar, a quien admiraba mucho. Después, con María José Gabin, la dueña del desparpajo. El trabajo que hice con ella como maestra fue muy valioso para mí. Hasta que un día fui a una charla que se daba en alguna facultad, a cargo de tres maestros: Augusto Fernandes, Juan Carlos Gené y  Raúl Serrano. Cuando expuso Gené sobre el trabajo del actor, me reconocí en lo que él decía y yo no sabía expresar: él le estaba poniendo nombre a cosas que ya me habían pasado en el cuerpo pero no podía verbalizar. Al año siguiente, con mucho esfuerzo porque ya me mantenía a mí misma, empecé mis talleres en el Celcit. Clases con Gené y Verónica Oddó, un gran aprendizaje. Ellos seguían con mucha atención mi trabajo. Un período feliz, muy feliz. De ahí pasé a los talleres itinerantes que daba Guillermo Cacace, amigo de una amiga mía que me avisó. Tiempo después, él abrió Apacheta donde estudié 2, 3 años. De ahí nace A mamá, de taller de tragedia. Luego él me convoca para hacer Las bacantes en 2005, hasta que decide terminar con esa obra. Ahí se me abre un paréntesis: me costó mucho empeño tener a mi primera hija, estuve muy abocada a ese objetivo. Dos años buscando a Violeta, y cuando llegó me dediqué a la maternidad. La había esperado, deseado tanto que ese momento llenó todos mis espacios, mi vida. Mis amigos comentan que yo, cada vez que organizaba un cumple de Violeta hacía una fiesta con todos los chiches: mi creatividad, mi abstinencia de escenario la aplicaba allí. Tuve a mi segundo hijo,  Gaspar, y poco después mi marido dijo: “Volvé al teatro, Paula, porque te vas a volver loca vos, nos vamos a volver locos todos en la familia”.

Paula y su familia
Qué grande tu marido, a él tendría que hacerle una entrevista en Damiselas…

-Mi marido es todo: gran compañero, generoso. Claro que se merecería una entrevista: él es muy capaz de cumplir en la casa el rol tradicionalmente asignado a las mujeres.

¿Un auténtico varón feminista?

-Lo es, te lo juro.

¿Cuándo se produce el retorno a tu segundo hogar, el escenario?

-Violeta nace en 2007, y Gaspar en 2010. Yo vuelvo al teatro en 2012, con una obra que me hago para mí, Santaégida. La cosa fue así: conozco a través de sus textos a un poeta español contemporáneo, Juan Besada. Comenzamos una relación epistolar hasta que un día le pregunto: “¿Te gustaría que lleve textos tuyos al teatro?”. “Claro, por supuesto”, me responde. Ahí me pongo en campaña. En ese momento, yo estaba fuera del mundo teatral, sin contactos. Lo voy a ver a Andrés Binetti a quien conocía porque cuando terminó A mamá, le hablamos con unas compañeras de esa obra  para que nos dirigiera en una pieza suya. Cuando estábamos a punto de estrenar, quedo embarazada, tengo que dejar…

¡No me digas que se trataba de Petit Hotel Chernobyl! Una obra muy lograda…

Santaégida
-Sí, claro. Nosotras habíamos visto Llanto de perro, nos había gustado. Y a él le había encantado A mamá, nuestro trabajo. Bueno, no pude estrenar. Cuando vuelvo al teatro -a instancias de mi marido, como te decía-, Binetti  estaba muy ocupado, pero me recomendó a una chica con la que trabajaba, Sabrina Gilardenghi. Con ella empezamos a armar Santaégida, sobre los textos de Besada. Trata de amor entre dos mujeres, el esqueleto de la obra es mío: una señora bien, casada, y una miliciana. La verdad es que todo lo que había en ese espacio había sido concebido por mí: las luces, el sonido… Como ahora en Las promesas hice la producción, otra faceta mía: soy vendedora, vengo de la rotisería de mi papá, me corre en la sangre. Hicimos funciones solo durante 3 meses en la Casa Fernández Blanco, de la calle Hipólito Yrigoyen. Paralelamente, estaba actuando en A mamá. Santaégida duró poco porque me peleé con la directora, un gran dolor, era una obra donde yo había puesto mucho, mucho. Si quisiese volver a hacerla partiendo de los originales de Besada, podría. Capaz que algún día hago aunque sea una lectura. Lo cierto es que en principio yo quería que me dirigiese Juan Parodi, que había presentado Rosa brillando. Lo perseguí un tiempo, le rogué, no hubo caso: ahora nos reímos con él de ese episodio. Quedamos amiguísimos con Besada, Santaégida la terminamos vía Skype porque este poeta no tiene whatsapp, ni redes, es un hombre de pueblo.

¿Con Besada realizaste un laburo de participación semejante al que recorriste para Las promesas?

-Sí, tal cual. Con Juan Andrés Romanazzi trabajamos durante dos años y pico, un proceso largo. Pasamos por algunos desencuentros, tenemos edades muy distintas. Él 26, yo 48. Pero bueno, son esos encuentros que afortunadamente se pueden dar, que tienen algo de misterioso.

Santaégida
Me decías que mientras hacías Santaégida estabas en A mamá, segunda etapa.

-La primera etapa de A mamá fue una maravilla; la segunda, también. Además, fue el germen de Mi hijo… Sucedió así: después de la primera, nos separamos. Luego, cuando Guillermo hizo Stéfano, me escribió para que fuera a verla. Después de mucho tiempo, volví para asistir a una función. La sala estaba dada vuelta, ¿y podés creer que el lugar donde me ubico era justo donde se sentaba Clitemnestra, en esa mesa larga? A los pocos meses, Guillermo manda un correo al grupo de A mamá: se cumplían 10 años del teatro y quería reponer esta obra. Lo hicimos y para mí fue el paso bisagra para Mi hijo…, porque cuando le llega al director el texto, estábamos nosotros ahí, a mano… Y cuando leímos la obra, me asignó a la madre. Después, pasó lo que pasó con Mi hijo… Agradezco a estos trabajos que creo que me permitieron revelar toda la fuerza de actriz que hay en mí. 

Aquí habría que decir que -aparte del texto, la puesta, el rendimiento de los actores- la labor de Caro Alfonso en la difusión fue sumamente importante.

-Caro fue una de las patas fundamentales. Ella se enamoró de la obra. Hizo mucho más de lo que hace habitualmente alguien de prensa. La movida de Caro no tiene comparación. Sin ella no hubiese pasado lo que pasó, que todavía pasa con  Mi hijo solo camina un poco más lento. Por mi parte, yo también le di todo a esta obra, se lo sigo dando en la función 400 y pico.

Con Juan Andrés en Italia
¿Cómo empieza el proceso creativo de Las promesas?

-Con Juan Andrés queríamos trabajar juntos, primero convocamos a una directora. Todavía no sabíamos qué queríamos contar. Él estaba en ese entonces por rendir un ingreso en la Emad, en dramaturgia, año 2016. En un momento, me plantea: ¿Qué tal si vos ponés el cuerpo y yo…? Nos empezamos a juntar, se disparaban cosas, hasta que a 4 manos empezamos a descubrir de qué queríamos hablar. Partimos de mi cuerpo y en ese trabajo empezó a salir: la ausencia, la soledad, la espera. Después, Juan Andrés se fue a la playa, a una casita que tengo en Miramar -la casita de mis viejos, precisamente, que se fueron a vivir allá-. Ahí escribió la obra, que era bastante errática, como por episodios. Y así estuvimos dos años trabajando, viendo qué teníamos para contar con eso, probando miles de cosas mientras hacíamos otras actividades paralelas. Lo que ofrecemos ahora en Espacio Polonia es la síntesis de todo ese proceso. Es la primera obra que él dirige, la escribe antes de estudiar dramaturgia: se recibió el año pasado. Con la aparición de los cajones empieza a armarse algo concreto. En 2018 hicimos funciones de preestreno, luego de las cuales Juan Andrés tomo una decisión drástica que culminó en lo que ofrecemos ahora: diez cajones, un poco de agua, nada más…

En esa decantación quedan fragmentos, retazos de la historia de esta mujer que encarnás, que no tiene nombre…

Las promesas
-Nosotros le pusimos Georgina, protagonista de un cuentazo de Liliana Heker, Georgina Requeni o la elegida, que habíamos leídos ambos. Así que internamente la nombramos así. Este personaje fue apareciendo de a poco, una mujer que espera, la espera del padre. Ciertamente, no se trata de una historia lineal. Hubo ensayos de mucha inquietud para mí en la búsqueda, pero siempre redoblando el empuje hasta que empezó a perfilarse Georgina, a tomar profundidad, a enraizarse. Y el propio día del estreno se nos revela la obra, porque hasta ese momento no sabíamos exactamente qué teníamos entre manos.  Ahora estamos completándonos con las palabras que nos llegan del afuera. Desde el vamos, había cosas concretas que quería Juan Andrés: que ningún rubro se destacara, que nada estuviese por encima. Julia Camejo, que es la escenógrafa y vestuarista, no esperó a que estuviese armada la obra: participó de toda la evolución del trabajo, cada dos meses venía a ver los ensayos y a aportar. Hasta que un día llegaron los cajones a sus manos, fue su idea. Y empezamos a juntar cajones de la calle: tenemos cerca de cien que no están en escena. Todo lo que quedó en el escenario son cosas que levantamos de la calle. Algo parecido te puedo decir del iluminador, que vino un poco más tarde pero entendiendo que la luz tenía que ser parte integral de la obra. Por eso me gusta decir que no actúo sola, aunque se trate de un unipersonal…

Equipo de Las promesas
Bueno, es una obra para un solo personaje, pero que evoca fuertemente otras presencias. No decimos un pluripersonal a una obra para dos o más personajes.

-Te lo tomo: es una obra para un solo personaje, ya estoy tachando de mi vocabulario la palabra unipersonal. Claro que sí, afloran otros personajes en Las promesas.

¿En algún momento les preocupó que esta obra pudiese resultar poco accesible para parte del público, un tanto hermética?

-Estoy tranquila con ese respecto por los comentarios que voy recibiendo. Por ejemplo, vino a ver una función la señora que trabaja en casa, Irma, y salió muy conmovida. No sé hasta dónde entendió. Sin duda, ella no puede linkear con lo que vos linkeaste, es otro tipo de mirada.

Tampoco hay que entenderlo todo, menos aún en el terreno poético. Los personajes de las ficciones, si tienen carne, guardan siempre zonas ambiguas, algunos secretos.

-Es verdad eso que decís. Mirá, he sido dirigida por un debutante de 26, que estrena su primer texto. Me entregué en cuerpo y alma y me la banqué aun en los momentos de duda o enojo, calladita la boca.

¿Dirías que Las promesas es todavía un trabajo en progreso?

-Sí, sí. De hecho, seguimos ensayando, haciendo algunos toques. Absolutamente en progreso. A diferencia de Mi hijo…, con esa posibilidad de hacer varias funciones, ahora con Las promesas, una por semana no me alcanza. Llego con mucha ansiedad a actuar en el Espacio Polonia. A veces, no sale todo lo que queremos porque pasan cosas. Todavía no tengo acá la plasticidad para manejar los ruidos de afuera, los sonidos de celulares, los papelitos de caramelos… En Mi hijo… me puede pasar un elefante por delante pero yo estoy tan concentrada que no me afecta. Eso también tiene que ver con la cantidad de funciones encima que te van dando una seguridad. Por ahora siento esa fragilidad, también debo decir que es muy frágil la obra. Además, es mi primera experiencia sola en escena. Seguimos probando, ojalá que nos acompañe el público.

 Espacios Gemelos - Marull. Crédito Franco Vedoia 
Aparte de algunos papeles chicos en films argentinos, el último par de años andás incursionando en miniseries importantes o, al menos, prometedoras Soy Luna, Monzón…

-Tuve una gran experiencia con Caetano, un genio trabajando,  en Sandro de América. Aunque no lo sabía en las primeras temporadas, la obra Mi hijo… me sirvió para la actuación en televisión, me dio esa economía al estar tan cerca del público cuya mirada es como una cámara. Me enseñó que hay que dejarse ver, no imponer nada. El cine, la tele tienen que ver con un estar. Por otra parte, en los bolos tenés que hacer de soporte del protagonista, decir bien la letra. Yo me voy muy preparada y me divierto en las grabaciones, me hago de amigos. Hice una participación en la serie Apache, donde tengo una línea. En cambio en Maradona tuve una linda escena con Jean Pierre Noher, que me hizo feliz con su aprobación. Pero no te puedo decir más porque hay que guardar algún misterio hasta que se estrene. En todos estos casos, audicioné. Un procedimiento que no puedo aceptar que no se use en los teatros públicos. ¿No me llaman para trabajar en la calle Corrientes, circuito comercial? Muy bien, me la banco, son empresas privadas. Pero me parece inaceptable que actualmente no haya posibilidad de hacer castings en espacio públicos.

Las promesas, los sábados a las 20,30, Fitz Roy 1575.

Talleres por Paula Fernández Mbarak y Juan Andrés Romanazzi, los sábados por la mañana en Hasta Trilce, Maza 177,   investigacionteatral@gmail.com