“Quise recalcar la belleza del paso de tiempo, de la vida, de los ciclos naturales”

Por Moira Soto

Crédito Paulo Pécora
Radical, cruda, arriesgada: casi toda prensa más o menos especializada en cine coincidió en estos adjetivos para referirse a Mónica Lairana, gran revelación -para quienes no vieron sus notables cortos- como cineasta en este final de 2018. Y la verdad es que a Lairana le corresponden en buena ley esos calificativos: su primer largo, La cama, recién estrenado previa exhibición en la Berlinale y en el Festival de Mar del Plata, se lanza con una propuesta muy osada en más de un sentido, que lleva hasta sus últimas consecuencias con inflexible rigurosidad, denotando una fuerte presencia autoral.

La directora y guionista (además actriz, docente) toma los dos días finales de una pareja pisando los 60, en la casa donde han vivido toda la vida. Esta mujer y este hombre ya pasaron todas las crisis y las reconciliaciones, ya tomaron la decisión de separarse cuando arranca el film y, más aún, están preparando la mudanza. Desnudos sin remilgues, por momentos en ropa interior o en traje de baño son observados por una cámara mediante largos planos fijos -desde puertas, alguna ventana- encuadrados con suma precisión. Casi podría decirse que hay unidad de tiempo, lugar y acción en esta película. Aunque la acción sea mínima, reducida a gestos casi de supervivencia bajo el agobio de la pena y el calor: intentar un último encuentro sexual, bañarse, comer, darle de comer al perro (de él), al gato (de ella). E ir levantando la casa, llenando los típicos canastos, separando las cosas en común (que incluyen el botiquín de remedios y vitaminas que se reparten en una de las contadas escenas con toque humorístico).

En 2009, Mónica Lairana -que venía de estar en contadas obras teatrales- se destacó netamente en el elenco encabezado por estrellas de Agosto, fue elogiada por la crítica y premiada su labor. Pero en vez de despegar esa prometedora carrera escénica, Lairana se inclinó por el cine, actuando en numerosos films (los más recientes: Mujer lobo, 2013; El patrón, 2014; Maracaibo, 2017). Y el cine la atrajo también como directora que empezó a revelar un talento personal y decantado en Rosa (2010), corto que anduvo por festivales y fue galardonado al igual que María (2013). En 2014, convocada por el Museo del Cine para participar junto a otros directores en la realización de films breves inspirados en el legendario noticiero Sucesos Argentinos, ML creó entonces Emilia, un trabajo poético, de gran sugestión puramente cinematográfica. Como actriz, estuvo en varias producciones televisivas (muy recordada su aparición como Tita Merello en la novela Padre Coraje, de 2004).


Y llegó el tiempo del largo, que Mónica Lairana preparó minuciosamente, paso a paso, detalle a detalle, sabiendo muy bien qué quería contar, cómo quería contarlo. Saliéndose de cualquier semejanza con fórmulas consideradas vendedoras, eligió a una pareja madura, integrada por un hombre y una mujer sin mayores atributos, en sus últimos momentos de convivencia. Sin psicologismos, sin una trama narrativa que avance en forma convencional, pero develando la intimidad de dos personas que se amaron, tuvieron una hija, su cuota de felicidad y que ahora hacen el duelo por la separación a la vez que van desarmando la casa.

¿Cómo resultó la experiencia marplatense, previa al estreno de La cama en Buenos Aires?

-Fue algo increíble. Yo venía presentando la película en otros lugares afuera con buena repercusión, pero no me esperaba semejante respuesta del público de Mar del Plata: de tanto interés, tan amorosa… Cada vez que terminaba una proyección se quedaba mucha gente para expresarse, y yo creía que era lo normal en esas circunstancias, pero después me comentaron que en otras funciones no sucedía. Por otra parte, la gente se involucraba mucho con La cama: los espectadores que se quedaban me contaban anécdotas personales, y en un par de ocasiones ocurrió que se pusieron a discutir entre ellos: uno daba su enfoque y otro pedía el micrófono y le llevaba la contra. Entonces se armaba una pequeña polémica acerca de si la película era sobre el amor que se termina, sobre el sexo que no funciona… Mucho enganche, se notaba que La cama los había tocado, que sentían que de un modo u otro les concernía.

Lo llamativo no sería tanto que la gente se sienta tocada por un film que trata esa temática, sino el dato de que se trata de una obra que no es para nada complaciente, que no concede ninguna gratificación. Incluso se podría pensar a priori que es una producción para ser apreciada por un público más cinéfilo, más entrenado, exigente. Suena alentador y sorprendente lo que contás del festival marplatense.

-Exactamente. Es que a veces lo que podemos imaginar a priori de los gustos de un público más amplio, la realidad te lo desbarata. Mirá, uno de los momentos más precioso que me guardo es el de una señora que se me acercó y me dijo: “Te agradezco por haber puesto esos cuerpos en la pantalla”. Y añadió con acento emocionado: “Siempre ponen otro tipo de cuerpos y una se siente mal”. Como que en ese punto se percibió reivindicada, a gusto con la película.

Lo que te pasó me trae el recuerdo de un texto que leí hace unos años de una feminista francesa que se refería al cuerpo que se va modificando, tomando otras formas con el paso de los años. Ella decía: “Al revés de lo que nos indican las películas, la televisión, la publicidad acerca de cómo deben ser los cuerpos, yo miro con ternura esta panza que llevó tres hijos y ahora tiene pliegues, estos pechos que pierden lozanía. Esta cara que sufrió y disfrutó y que lleva esas marcas de una vida muy vivida”.

Fotograma de La cama
-Es que justamente es esa la clase de belleza que quise rescatar porque es un concepto que responde a mis ideas: la belleza del paso del tiempo, de la vida, de los ciclos de la naturaleza: lo que va contando cada cuerpo. Para mí es inaceptable que todo esto no tenga un valor importante en la cultura.

De todas maneras, hay que reconocer que el sexo entre adultos mayores se ido abriendo paso en el cine, aunque se trate de casos aislados: hace poco se estrenó La esposa, que se inicia con un acercamiento erótico en la cama matrimonial entre Glenn Close y Jonathan Pryce. Eso sí, ambos en piyama, tapados hasta el cogote. Y aunque se trata de un ejemplo muy diferente a tu película, me viene a la memoria el momento en que estaba mirando una tanda de películas poco interesantes en VHS, porque formaba parte de un jurado de preselección del festival de Mar del Plata. Y de pronto, veo algo que me despeja la mirada: la piel de una mujer muy vieja –mucho más que la Mabel de La cama- recorrida por la cámara como si se tratara de un paisaje, con una amorosidad, una delicadeza.. Bueno, era el comienzo de Caja negra, de un Luis Ortega jovencísimo.

-Claro, no me extraña, él tiene una sensibilidad muy propia, muy especial que se trasluce en varias de sus películas. Vos recién hablabas, citando a esa feminista, del cuerpo cuando empieza a transformarse, a no responder a ciertos mandatos del mercado. Y mi pregunta es: ¿cuál sería ese cuerpo supuestamente perfecto? ¿Por qué siempre se toma como parámetro el cuerpo en la plenitud de la juventud? Porque desde que nacemos nuestros cuerpos hacen un recorrido grande de constantes cambios. Esta imposición genera mucho consumismo, se hace con crueldad sobre todo a costa de las mujeres, se las hace sentir desvalorizadas. Reitero mi pregunta: ¿quién decide cuál es el cuerpo que tiene belleza, que puede ser atractivo?

-Por otro lado, hay algo muy loco en esta dictadura de lo joven, de las mujeres eternamente en flor: hoy, con los avances de la medicina, la alimentación saludable, etcétera, se ha alargado muchísimo la vida sobre la tierra. Entonces, ¿cuánto duran la piel lisa, los músculos naturalmente tensos? Si miramos el promedio de años que actualmente se pueden alcanzar, ese momento de plenitud estaría en los 35: o sea, menos de la mitad de la vida, sobre todo de las mujeres, que viven varios años más que los hombres... ¿Qué hacemos con la otra mitad?

Mónica Lairana. Crédito Paulo Pécora
-Es muy absurdo lo que se nos exige, especialmente a las mujeres. Ahí aparecen los recursos que propone el mercado: tratamientos de todo tipo, transformaciones que se logran quirúrgicamente. De este modo, el cuerpo es violentado para mantener esa apariencia juvenil, la única que se promociona. Sin considerar la otra belleza, la de la madurez. 

Esto que decís puede llevar a preguntarse qué es más deforme, en el sentido peyorativo del término: ¿estas barbies de curvas infladas hasta la desproporción, con bocas rellenadas y entrecejos petrificados a causa del bótox, o los cuerpos que envejecen siguiendo las leyes de la naturaleza?

-Bueno, digamos que eso sucede sobre todo en Occidente. Hay otras culturas donde se respeta y enaltece la vejez. Incluso hay hermosas obras de arte, de poesía que la exaltan.

Pero en la nuestra en general está mal visto envejecer, casi hay que pedir perdón por la edad si pasaste los 45, no te podés dejar las canas porque se supondría que no te cuidás lo suficiente.

-Sí, es poco menos que un delito mostrar esos signos del paso del tiempo. Afortunadamente, creo que eso puede ir cambiando en esta etapa que estamos viviendo las mujeres, tan esperanzadora. Porque la revolución femenina es hoy palpable: es tema en todas las mesas de amigos, de familia. Hoy los padres son increpados por hijas adolescentes. Hay un movimiento muy fuerte que no parece pasajero. Las cosas ya están cambiando, pero van a cambiar mucho más, estoy segura.

¿Te cansaste un poco de escuchar, de leer las palabras radical, arriesgada, cruda con respecto a La cama en Mar del Plata y en Buenos Aires?

-La verdad, no me canso. Entiendo que la película propone ese realismo crudo que yo buscaba. O más bien, lo que yo quería era que tuviese cierto aire, el espíritu de algunos documentales donde no se ve el artificio del cine, con el objetivo de tener una llegada al espectador más íntima, darle esa sensación de estar espiando a los personajes… Es cierto que los comentarios lo traducen en esas palabras que citás, y no me parece desacertado, para nada. Para mí es una alegría grande percibir ese interés de la prensa, porque es cierto que tomé muchos riesgos con esta película, y me doy cuenta de que la crítica lo ha entendido así.

Ya habías empezado a transitar caminos peligrosos con tus cortos, eligiendo personajes en situaciones ingratas que presentaban con un tratamiento formal inhabitual, donde ya dejabas una marca estilística que seguís profundizando en La cama. Con una mirada solidaria, involucrada sobre los personajes femeninos, mirada que se extiende a tu primer largo. Mujeres que no se doblegan ante el infortunio, la soledad, las dificultades. También en tus obras aparece otra desnudez: en el caso de María, la esclava sexual, la cámara se detiene largamente sobre ella, panza abajo después de la una relación forzada, y sus clientes no tienen rostro. En Rosa, la mujer madura toma iniciativas en pos de satisfacción sexual, tampoco se ve la cara del amigo al que llama. Te concentrás muy cercanamente en personajes de mujeres de vidas digamos pequeñas, a las que les otorgás un relieve gracias a tu enfoque cinematográfico, poético, ¿feminista?

-Mirá, para mí es como un proceso natural. Como inicialmente soy actriz, a mí lo del cine me aparece por la necesidad de decir algo. En estos días, con toda la locura de las proyecciones en Mar del Plata, del estreno acá, muchos me preguntan qué proyectos tengo. Pero yo no siento esa desesperación de seguir filmando para hacer carrera, sin respiro. Como te decía, primero tengo que tener algo que me inspire, que me conmueva de verdad, que me impulse a embarcarme en ese gran emprendimiento que es hacer una película. Entonces, la forma de filmar me surge desde ese lugar te diría de necesidad, de convicción.

Es de suponer que aunque hay un parentesco estilístico entre tus cortos y La cama, ese rasgo no significa que en tu próxima película vayas a ir por el mismo lado. Más bien podría pensarse que sos muy capaz de pegar un volantazo.

-Claro, por supuesto. Si aparece un asunto que me impacta, por ejemplo, muy gracioso, muy absurdo, bien podría hacer una comedia. Estoy muy abierta a todo lo que me despierte esas ganas de aventurarme, que me inspire con fuerza.

Cuando estuviste  en la obra teatral Agosto, éxito de la calle Corrientes, te luciste mucho, te premiaron. Daba para suponer que se te abría una interesante carrera en el teatro. Pero eso no sucedió…

-¿Sabés qué pasó? Cuando yo estaba actuando en Agosto, tenía terminado mi corto Rosa. Y en plenas funciones, me llegó la noticia, maravillosa noticia de que iba a competir en el Festival de Cannes. Pedí permiso y viajé. De regreso, tuve una conversación con mi representante muy interesante. Él me dijo: “Hay algo que veo que te está llamando y que no lo tenés que desoír”. Decidir darle espacio al cine, de donde yo venía, aunque para mí fue buenísimo hacer Agosto. Las películas en las que estuve como actriz me hacían viajar a distintos lugares: Corrientes, San Luis, Misiones para filmar, lo que me impedía quedarme en Buenos Aires y poder hacer temporada de teatro. Pero el deseo de volver a la escena está, todos los años me digo: esta temporada vuelvo. El escenario es para mí como el espacio natural, cosa que creo que les pasa a todos los actores de vocación. Por otra parte, tengo mucha formación teatral. Y de hecho, este año empecé un curso de dramaturgia con la idea de escribir algo, porque tengo una necesidad gigante de estar en el escenario. Pero después ocurre que me sale otra peli, que me tengo que ir dos meses a Jujuy… María Victoria Menis, la directora de El cielito, film donde trabajé en 2004, me dijo en su momento: “El cine es más esquivo que el teatro, tenés que tener la suerte de que te llamen para hacer películas, mientras que el teatro es algo que podés generar vos misma”. Tampoco soy de los actores que no respiran por hacer varias cosas a la vez: a mí me gusta estar con mis gatos, en mi casa, tener mi espacio, escribir. No podría resistir esa vorágine laboral de tomar un avión, venir, hacer función, volver a subirme al avión.

Con Pepoli. Crédito Paulo Pécora
¿Cuántos gatos tenés?

-Ahora tengo tres: Pepoli, Pulguini, y Polini que era el gato de Alicia Zanca. Una amiga publicó que lo estaban queriendo dar en adopción después de que ella falleció. Y mi pareja, que también  es amante de los gatos, dijo: “Rescatémoslo”. Lo fuimos a buscar y lo adoptamos. Yo no la conocí a Alicia, pero ahora tengo a su compañero de los últimos momentos.

La protagonista de La cama tiene un gato, y el protagonista, un perro.

-Así es, y en la dedicatoria del final nombro a todos los gatos que me han acompañado a lo largo de la vida. Todos maravillosos. No termino de comprender a la gente que les tiene miedo, desconfianza.

¿La vieja foto de los niños que aparece en La cama también estaba en Rosa?

-Sí, hay varias cosas que tienen en común ese corto y el largo.

¿Cómo citas, guiños?

-Algo así: está también el hecho de que se coman mandarinas, también el mismo ventilador, que lo guardo y lo voy a llevar a todos los rodajes.

La cama transcurre durante dos días de un verano caluroso: hay ventiladores, el agua de la pileta, de la ducha, el agua que beben y con la riegan las plantas…

-Es que está la idea de contar no solo el espacio, la situación propia de la pareja, sino también lo que aporta el clima. Algo extremo interno y externo.

Pulguini y Pantero
En ese par de días condensás  eficazmente el tiempo recreando un tiempo que parece real. Y los personajes tienen pocos diálogos que resultan más bien triviales, para nada significativos o reveladores. Los sonidos que se escuchan son naturales.

-La primera vez que la cámara va al exterior de la casa para acompañarla a ella después de que él se queda dormido en el piso de la cocina, como a las 3 de la mañana, ahí se escucha un poco de la música que pone un vecino. Pero el cuerpo sonoro de la película siempre fue pensado a partir de todo lo que suena en una casa: las canillas, la vajilla, el ventilador…

Una separación después de muchos años de convivencia es un episodio de gran estrés emocional y físico. Alguien escribió que era como separar a dos siameses: hay que cortar venas, arterias, capilares, las propias pieles. Tu pareja ya ha pasado por todas las crisis y negociaciones, ya está a punto de separarse. Y encima, ambos están pasando por algo tan fuerte como una mudanza, levantando, deshaciendo la casa, con todo lo que ese trámite representa: una suerte de remoción de escombros…

Polini
-Así es. Creo que todos los que hemos pasado por ese trance sabemos lo que implica encontrarse con todas esas cosas que hemos ido acumulando a lo largo del tiempo, tener decidir qué hacemos con cada una. Redescubrir objetos que quizás no viste en años y estaban ahí, guardados. Todas las vivencias que te trae esa tarea. Y a todo esto, en el caso de La cama hay que sumar el duelo por la separación. Más allá de mi propia experiencia, para esta película partí de una nota que leí en un diario con un dato de la realidad que me impresionó mucho: que la gente que pierde un miembro de su cuerpo, lo sigue sintiendo. Se llama síndrome del miembro fantasma. Esa idea me rondó la cabeza pensando en una persona que ha vivido 40 años pegada a otro cuerpo, durmiendo, comiendo juntos. Me planteé si no existiría una memoria semejante a la del que pierde una parte del cuerpo. Por eso, la película tiene tanto cuerpo, porque me interesaba, más allá de los emocional o psicológico, qué les pasa físicamente a esta mujer y a este hombre. Porque sabemos que el cuerpo toma sus propias decisiones, que no nos pregunta para expresar sus emociones a través de una contractura, de una úlcera…

Y aparte, por ahí anda el inconsciente haciendo de las suyas, también autónomo.

-Tal cual. Y los cuerpos de estos dos personajes, Jorge y Mabel, están atravesando esa situación. Lo que señalás de las conversaciones triviales, aunque parezca una paradoja, fue buscado, porque era importante que el punto estuviera en el vínculo.

Lairana. Crédito Paulo Pécora
No elegiste un camino fácil, por cierto. Apenas hay una información insinuada a través de los mensajes que le dejan a una hija que no responde. Un detalle que entra espontáneamente en las pequeñas cosas de la vida cotidiana. Decime, ¿cómo fue trabajada la dirección de arte? Porque resulta palpable que estamos frente a una casa vivida, a objetos con historia.

-Primero me junté con Maru Tomé y Renata Gelosi, les hablé un poco de la necesidad de contar las décadas en cada uno de los objetos de la casa. Les pedí que no hubiese nada casual, que las cosas fueran elegidas especialmente porque todo lo que se iba a ver para mí representaba un aspecto narrativo, contando algo del pasado de los personajes. Ellas me plantearon que, si bien podía ir al Cottolengo, a sitios por el estilo, les parecía mejor traer objetos de casas reales. Así fue que les “robaron” muchas cosas a los abuelos, a los tíos. A los integrantes del equipo les dijeron que si tenían algún objeto especial, que lo trajeran. O sea que hubo un prolijo rejunte personalizado: afectos, recuerdos dando vuelta. Trabajamos sobre la idea de acumulación, esto que nos sucede a los humanos en el transcurrir de la vida. Trabajamos una paleta de colores neutros, fríos.

¿De dónde salieron esas sábanas de color gris plomizo que también parecen hablar de duelo?

-Eso fue buscado también, quería que los cuerpos fueran muy protagonistas en esa cama, que las sábanas tuviesen color y que parecieran muy gastadas. Y pasó algo bastante extraordinario que nos olvidamos de contar en Mar del Plata: cuando estábamos armando la previa a la casa, Maru y Renata, de regreso en colectivo vieron a un chico y una chica veinteañeros tirando unas cajas de plástico tipo Colombraro. Cajas y cajas y cajas a un container. Les llamó la atención y se bajaron, pidieron ver el contenido que les había hecho pensar que estaban vaciando una casa, sacando las pertenencias de alguien. Montones de objetos que contaban algo. Sacaron fotos, llamaron a un taxi y se llevaron muchas de esas cajas donde además encontraron fotos, cartas. Dedujeron que todo había pertenecido a una chica que se había muerto hacía poco. Romina. Porque estaba su diario íntimo que daba cuenta de su enfermedad. Me pareció muy impresionante. Bueno, me dije, Romina vino a la película, hagámosle un lugar. Entre la ropa colgada en el placar de la casa quedaron prendas suyas, incluso había un vestido de novia que no se ve… Me emociona que Romina se nos haya presentado de esta manera, haber visto su diario.

Pasemos al cásting de La cama: terminaste eligiendo a un gran actor de teatro y a una actriz con poca experiencia, Alejo Mango y Sandra Sandrini.

-La verdad es yo no los conocía, no había visto actuar ni a Alejo ni a Sandra. A ella la vi por primera vez en una foto, percibí que era una persona muy profunda. El trabajo que ambos hicieron es para mí admirable. Se comprometieron con el proyecto desde un lugar de mucha convicción.

Mucha generosidad también. Vos y yo sabemos que hay actores, actrices que no se avendrían fácilmente a exponer imperfecciones, desnudos totales frente a la cámara. Intérpretes que saben qué toma les conviene, los favorece…

Fotograma de La cama
-Sí, claro. Hubo gran entrega por parte de ellos, por eso recalco lo de la convicción sabiendo claramente lo que les proponía. Por el hecho de ser actriz, siempre soy absolutamente franca con los actores. Les muestro mi carpeta del proyecto como para que ellos conozcan cada detalle, qué me interesa filmar, dónde voy a poner la cámara. Y Sandra y Alejo se sumaron desde ese conocimiento. Para mí, el actor no es un elemento separado del proyecto, a veces se lo deja aparte cuando en realidad se trata de un equipo: todos están construyendo esa escena. Nos llevamos muy bien con Alejo y Sandra, hicimos ensayos para que tuvieran la suficiente preparación física para que sus cuerpos se sintieran familiares, transmitieran esa sensación de que han pasado toda una vida juntos. Entonces, hicimos entrenamiento físico para ganar esa confianza. Estoy muy feliz, muy orgullosa de lo que han hecho ambos. Aunque yo me mantuve siempre presente, para el entrenamiento llamé a un gran amigo, César Bordón, un actor con quien compartimos gran afinidad artística, siempre nos consultamos sobre nuestros respectivos proyectos.

La verdad es que, al menos en el cine argentino, no recuerdo haber visto una exposición tan completa de la desnudez, sin tapujo alguno. Sin una sábana o una pierna cubriendo cierta zonas. Mucha franqueza de tu parte, y mucho coraje para retratar con tanta economía a esta pareja que está dejando de serlo.

-Creo que pude reflejar todas mis ideas proyectadas. Por supuesto que podría haber pasado que, desde la cabeza de ellos, me dijeran: sí, sí, lo hago. Y después, en la práctica no haber podido. Por eso busqué el entrenamiento. También armé una jornada de prueba con algunos actores preciosos que se prestaron: solamente para saber si lo podíamos hacer. Y ahí, sí, hubo alguno que dijo: no pude. Algo muy comprensible, desde luego. Cosa que no sucedió en los casos de Sandra y Alejo.

En una entrevista del Actor’s Studio, Julianne Moore decía que la clave principal está en la relajación.

Mónica y Pantero
-Sí, y también en este caso –algo que hablé con los dos- sabía que necesitaba actores que estuvieran muy en paz con su edad, su físico. No en contradicción.

Dicho a favor: sos una chica dura que sabe lo que quiere, se mantiene fiel a un proyecto, encuentra la forma de concretarlo materialmente, artísticamente. ¿Tenés cineastas que te inspiran?

-Tengo gente que admiro, como María Luisa Bemberg. Desde muy chica miraba las películas de ella, que me daban la prueba de que se podía ser mujer y dirigir cine. Desde ya que mi cine no va en la línea de ella, pero hay algo que me conmueve respecto del feminismo que desarrollaba en sus films, además, en esa época. Debo haber visto Camila una 25 veces… Bueno, ¡Lucrecia Martel! todavía recuerdo el impacto cuando vi por primera vez La Ciénaga en el cine Tita Merello, que ya no existe. El nivel de tensión que me tomó por la maravilla que estaba mirando. Me gusta mucho el cine rumano que se toma su tiempo, esos planos extensos. También el finlandés, ese estilo de filmar me encanta. Ulrich Seidl, el director austríaco de la trilogía Paraíso. Wong Kar-wai desde el preciosismo: Con ánimo de amar, Felices juntos…Tarkovsky es otro que me interesa mucho, su sentido de la puesta en escena: para mí, es el maestro. Pero no te puedo decir que alguno de estos realizadores haya sido parte del imaginario de La cama. Mis compañeros de ruta han sido, sin duda, las pinturas de Lucien Freud, con sus colores, los cuerpos en el espacio. Para mí, la gran referencia en esta oportunidad.

La Cama puede verse en Cine Cosmos, Avenida Corrientes 2046, diariamente a las 16:30, excepto lunes y martes.