Por Mariela Asensio
Me
impacta oír hablar acerca de la “humildad” y la “sencillez” del Papa Francisco.
Me cuesta imaginar qué tan austero se puede ser desde el centro mismo de una de
las estructuras más poderosas del mundo occidental, es decir desde la iglesia
católica apostólica romana.
Intrigada
busco en Google la palabra “sencillez” junto al nombre del pontífice, y me
encuentro con detalles asombrosos tales como que “pidió vivir en la Residencia de Santa Marta para ahorrar gastos”, o
que “no quiso colgar en su cuello la cruz
de oro y, en cambio, posee el crucifijo que siempre llevó”. O que “solicitó a sus compatriotas y familiares que
no lo visitaran y, por el contrario, el dinero que gastarían en el viaje lo
donaran a organizaciones de caridad” (la caridad, muy detentada por los católicos)
y que “pagó la cuenta del hospedaje donde
se alojó”. Leo también una declaración de Francisco: “No nos salvan el poder ni el
dinero sino la sencillez de las cosas de Dios”.
Me pregunto entonces cuáles serían “las cosas de
Dios”; y mientras se me cruza por la mente la cantidad de atrocidades que desde
que el mundo es mundo se cometen en su nombre, pienso que la única humildad
posible tiene su raíz en la empatía. Empatía que la iglesia católica apostólica
romana expresa selectivamente y de forma vertical, y por supuesto, ajusta a sus
doctrinas ideológicas o, hablando más honestamente, a sus conveniencias.
El
pontífice actual se horroriza frente a la media sanción del proyecto de ley de
interrupción voluntaria del embarazo, y sale a vociferar -sin medir palabra- una
sarta de barbaridades indignas de un jesuita conocedor de la Historia. Un
discurso reaccionario y brutal que nos cataloga de egoístas y criminales, atrasando
décadas, siglos, y reduciendo el problema del aborto en Argentina a una mera “moda” o a que buscamos “resolver una vida tranquila”. Además, afirmando
que preferimos a los perros y que desechamos a los bebes “que vienen con cualquier cosa”. Comparándonos con los nazis, y ya
que estamos en el baile, tirando palos al matrimonio igualitario y a todo
derecho adquirido que se corra de los cánones de la iglesia, puesto que “la
familia, a imagen de Dios, hombre y mujer, es una sola”.
Les
juro que, aun representando lo que representa – cosa que lo justifica todo para
los católicos –, pensaría que este hombre necesita hacerse ver.
"El siglo pasado todo el
mundo estaba escandalizado por lo que hacían los nazis para cuidar la pureza de
la raza. Hoy hacemos lo mismo pero con guantes blancos" o
"Está de moda, es habitual. Cuando en el embarazo se ve que quizás
el niño no está bien o viene con cualquier cosa: la primera oferta es '¿lo
tiramos?'. El homicidio de los chicos. Para resolver una vida
tranquila, se tira un inocente".
Las
citadas son solo algunas de las falacias que el sumo pontífice espetó, y que
dejan expuesta su sorprendente hipocresía.
Porque, ¡vamos, Jorge!, ¿vas a decirme que naciste de un repollo en el
centro mismo de la basílica San Pedro? Sabés de lo que hablamos cuando hablamos
de “realidad”. De hecho, cualquier cura que realmente se embarra los pies en el
día a día sabe de qué hablamos cuando nos referimos a la realidad. Incluso me
animo a decirte que muchos de ellos deben entender que el aborto necesita
legalizarse ¿Sabés por qué? Porque tienen empatía.
Te
pongo al día: Las cifras del aborto en la
Argentina - elaboradas por el Cedes, ELA y Redaa - dejan expuesto que en el
país se practican entre 370.000 y 520.000 abortos por año. Las muertes por abortos inseguros en
Argentina representan el 17 por ciento del total de las muertes maternas en el
trienio 2014-2016. 2 de cada 10 de las mujeres fallecidas por causas
maternas murieron por abortos inseguros: 47 mujeres por año. En 2016 murieron
43 mujeres por causas vinculadas al aborto: cinco tenían entre 15 y 19 años. La
muerte por abortos inseguros es la primera causa individual de muerte materna
desde 1980 en la Argentina. Desde la recuperación de la democracia se han
muerto 3030 mujeres por abortos inseguros.
La
despenalización del aborto no incrementa la cantidad de abortos pero sí reduce
la mortalidad y la morbilidad materna. Un ejemplo de ello es Uruguay: desde la
legalización del aborto, el porcentaje de muertes por esta causa descendió de
37% a 8%.
Podría
seguir tirando datos duros, pero no quiero aburrir con datos que se pueden encontrar
fácilmente, puesto que esta información está al alcance de cualquier persona
con voluntad de abrir un buscador en su computadora.
También
es muy posible acceder a otras cifras para entender todavía mejor el estado de
situación, como por ejemplo el abuso sexual hacia mujeres y niñas, que en un
alto porcentaje de casos es intrafamiliar; la desigualdad social y falta de
acceso a la educación y al trabajo. Tampoco es un dato menor la falta de
implementación de la ley de educación sexual integral en muchas escuelas. Y ya
que hablamos de educación sexual, me gustaría resaltar que tu iglesia siempre
se declaró en contra y puso palos en la rueda como de costumbre, como tantas
otras veces, dando por sentado que una creencia religiosa es la verdad
universal, y obviando completamente que el estado es laico.
Pero
volvamos al tema de la empatía.
Por
ejemplo, la que adquirió la médica Cecilia Ousset, católica practicante, que
moldeada por sus creencias religiosas veía en las mujeres que llegaban al
hospital al borde de la muerte - por
abortos mal hechos - a malvadas asesinas. Y que hoy, empujada al vacío por la
realidad y el dolor real de tantas, lamenta haberlas maltratado, y declara en
una entrevista que fue una “hija de puta” con ellas.
Y
cuando digo al vacío es realmente al vacío, solo basta con leer la carta “No
soy neutral” que publicó en sus redes sociales y no tardó en volverse viral
para entenderlo:
“Muchísimas veces tuve que hacer legrados en
el hospital para "terminar" abortos clandestinos. Mi récord personal
son 18 legrados en una guardia.” O “Vi
morir mujeres (a veces madres de varios chicos), que pasaron, lamentablemente,
sus últimos minutos de lucidez conmigo y una policía preguntándole quién le
había realizado el aborto porque era un delito”, o “Esas chicas fueron un
objeto. En todo momento fueron deshumanizadas y juzgadas. Como lo que
habían hecho era ilegal, eran repudiadas desde que entraban al hospital hasta
que se iban (vivas, muertas o con una causa judicial)”.
Cecilia
Ousset tuvo la valentina de interpelar sus propias creencias. “¡Estoy tan arrepentida de no haberlas
comprendido, de no haberlas amado, de no haberlas acompañado amorosamente en un
momento tan terrible! ¡Estoy tan arrepentida de haber tenido mi cerebro y mi
alma tan limitada decidiendo quién tenía más o menos moral y quién merecía más
o menos mi respeto! Estoy tan arrepentida que siento que las palabras para
expresarme todavía no se inventaron.”
Cecilia
habla en una entrevista de su formación católica y es muy clara, “cuando la educación católica te cala tan
hondo, te lima tantas cosas que te deshumaniza, porque no permite que entre
otro relato, otra forma de ver las cosas…”
Cuenta
también lo determinante que fue ver como las mujeres con dinero abortan en
contextos seguros, y las pobres se mueren.
Esta
empatía, Francisco si no se la tiene, a menudo la vida misma te lleva a
adquirirla. Pero está clarísimo que hay estructuras privilegiadas que no tienen
la más mínima intención de moverse ni un centímetro de su lugar de privilegio.
Me
pregunto cuánto desprecio se puede sentir hacia las mujeres. Nunca deja de
sorprenderme tanta denigración. Las declaraciones al diario La Nación que hace
unos días dio nuestra Vicepresidenta de la Nación respecto del aborto en casos
de violación, son un acabado ejemplo:
“Lo podés dar en adopción, ver
qué te pasa en el embarazo, trabajar con psicólogo, no sé.”
Reproduciendo
ideas como una Fiel discípula de la Iglesia que usted representa redobla la apuesta y sigue: “hay tantos dramas en la vida que uno no
puede solucionar que no me parece que porque exista ese drama, digamos que a
uno se le terminó la vida. O sea, podés dar en adopción el bebé y no te pasa
nada”.
No
te pasa nada, exactamente eso. Gabriela dio en la tecla.
Cuando
no hay empatía se puede derrumbar todo en frente tuyo y no se te mueve un pelo.
En cambio, seguís sosteniendo un discurso miserable, pero por sobre todo
hipócrita. Muy hipócrita. Esa hipocresía que sostiene la iglesia, y que fieles
como Michetti reproducen con su estilo.
Hasta
que un día aparece alguien como Ousset, a quien le explota la realidad en la cara
y ocurre el milagro, el bendito milagro de poder ver a las otras personas más
allá de los propios intereses y creencias.
Eso
mismo de lo que algunas veces Cristo supo hablar.