Hebe Serebrisky, in memorian

El 25 de marzo pasado se cumplieron 33 años del suicidio -luego de una dura lucha contra la depresión- de Hebe Serebrisky, cuentista, dramaturga premiada, periodista de corazón espontáneamente, tempranamente feminista. Pese a la calidad y originalidad de su escritura, al suceso de crítica y público de algunas de sus otras teatrales, HB fue relegada después de su muerte en 1985. Hay pocos e inexactos datos en la web (donde figuran tres fechas distintas de su nacimiento en los contados sitios que la mencionan con parquedad). Una injusticia que Damiselas trata de reparar en parte reproduciendo una nota que le dedicara Moira Soto en el suplemento La Mujer, del diario Tiempo Argentino, en diciembre de 1984. Dicha entrevista incluía un logrado monólogo -que no ha perdido vigencia- donde con ironía y ojo avizor Serebrisky explora la opresión de un ama de casa, sometida y negadora


Empezó de golpe a escribir cuentos, un día de enero del 78, y fue “como destapar una olla”. Antes, Hebe Serebrisky había hecho periodismo gremial y también prensa en la CGT: “Cuando me separé de mi primer marido, tuve que laburar sí o sí. Renuncié cuando con el lopezreguismo la vida se hizo imposible, no soportaba el clima de violencia y manoseo laboral”.

Pero después, el solo hecho de haber trabajado en la CGT le cerró las puertas de los medios, y “ya no era una nena. Tuve una gran depresión. Aparte de mi actividad periodística en los gremios, era rechazada por la edad. Es cierto que a esa altura podría haber vivido sin trabajar porque mi segundo marido podía mantenerme, pero ya no era el caso”.

Y llegó ese día de verano en que, no sabe bien cómo, se largó a escribir algo distinto que periodismo. Y empezó a mandar a concursos. Primero, ganó premios secundarios, después llegaron los importantes. Al año siguiente prueba con teatro y construye Redes, una pieza estrenada con críticas muy elogiosas. Se copa con la escena y se olvida un poco de los cuentos. Esa primera obra es seguida por Don Elías campeón, El vuelo de las gallinas, Un fénix lila, La cabeza del avestruz, Proyecciones, El hipopótamo blanco, Anagrama

De sus libros de cuentos, Hebe Serebrisky se acuerda con cariño de Estela entera, acerca de “una chica fronteriza con la esquizofrenia, que por su amistad con una mujer mayor, un personaje medio mágico, se convierte en mujer entera”.

Ahora, anuncia la aparición de La otra punta, otro volumen de cuentos. “Quizás lo que más me define son las caídas en el inconsciente. Escribo todo por imágenes”.
“Si hay algo que me preocupa en este mundo es la rigidez de los roles, un tema que he tratado especialmente en Un fénix lila, de una manera risueña, musical. Creo que va a llegar un día, y confío en que no esté demasiado lejano, en que los roles femenino y masculino pierdan esa cosa estricta, estereotipada que todavía mantienen. Aspiro a una mayor flexibilidad y lucho contra todo lo instituido como femenino y masculino, esos aspectos cristalizados, todas esas imposiciones que sufren hombres y mujeres. Quiero más ternura, más tolerancia, más solidaridad en los dos sexos. Y creo que estamos pasando por una etapa en que los hombres están muy en crisis; aun los que dicen aceptar el feminismo no aceptan de verdad este cambio que se está produciendo en la mujer. Y se resisten”.

Cuando se realizó la primera asamblea de Teatro Abierto de este año, se propuso que los autores se basaran sobre el tema de la libertad. “Inmediatamente, escribí un monólogo corto, Mi libertad, que remite a temas muy cotidianos de la condición del ama de casa, antes que a los grandes temas que generalmente se relacionan con la libertad. De todos modos, no fui invitada a participar, y finalmente no se hizo Teatro Abierto (sobre 25 autores que se invitó, solo figuraban dos mujeres que, por otra parte, ya habían avisado que iban a participar…)”.

Como el proyecto era presentar las obras en barrios, en lugares abiertos, Serebrisky se propuso “hacer algo muy sencillo, que llegara a la mayoría de mujeres que están en la situación de la protagonista. Mi mayor pretensión sería que a través del humor hagan una pequeña, mínima autocrítica. Sé que esto no es fácil porque generalmente las defensas son muy grandes… Para escribir Mi libertad, me inspiré en mis propias experiencias y en las de mis amigas. Como esta obra tiene una cierta ambigüedad, mi temor es que se la interprete equivocadamente, sin poner en evidencia toda la ironía que contiene. Por eso, me gustaría que la protagonizara una actriz con mucho sentido del humor”.


Mi libertad. Monólogo para amas de casa crédulas
Por Hebe Serebrisky

Carola (en la treintena): Yo cuido mucho mi libertad. No entiendo a esas personas que dejan correr los mejores años de su vida atadas a cosas que las condicionan. (Pausa) Repito: necesito sentirme libre ¡La vida es una sola! (Categórica) ¡Y lo consigo! (Pausa, confidente) Por ejemplo, a la mañana, tengo muy bien calculado que para tener listo el desayuno antes de despertar a Luis y los chicos, tengo que levantarme a las seis y media. Entonces… pongo el reloj a las seis y veinte. Durante esos diez minutos, no hay nadie más libre que yo en el mundo entero. (Pausa) Puedo remolonear entre las sábanas, esperar el diario para mirar los titulares, regar las plantas. En fin, rascarme. (Pausa) ¡Y ése es recién el comienzo! Después, cuando consigo sacarlos de la cama, me reservo la elección de hacer un café con leche con tostadas; otro, té con leche con galletitas o, en una de esas, mate cocido con bizcochitos caseros. (Pausa) Ellos están acostumbrados y ni se les ocurre discutir mi decisión. (Pausa) Despido a Luis con un beso en la puerta, con un abrazo en la cocina o, si se me da la gana, con un simple chau y quedo totalmente sola con nuestros hijos hasta la noche ¡Dueña y señora del hogar! (Pausa) Cuando no tiene una despedida de soltero o un agasajo a un jubilado; porque en esos casos vuelve a la madrugada… ¡Y hay tantos que se casan o jubilan! Pero mi marido es tan gauchito que a veces se queda a dormir en lo de un compañero de trabajo para no despertarnos al llegar. (Transición) Les decía que cuando él se va, a la mañana, antes que nada, acompaño a Marita al colegio. Pero tomo un día por un camino y al siguiente por otro. Además, al bebé, una vez lo llevo en sillita, otra en cochecito y si se me antoja, lo cargo en brazos. El asunto es variar ¡Y tengo una imaginación! Nunca empiezo las tareas de la casa por lo mismo. La monotonía es lo que quita la gracia de las cosas. Primero tiendo las camas y después barro. Lavo las tazas. O, en un arranque, paso la aspiradora. A veces, hasta me doy el lujo de empezar por cocinar. Total, se puede calentar todo con un golpe de horno. (Pausa) Tampoco hago las compras siempre en el mismo sitio; voy cambiando de mercado entre los del barrio, eligiendo para cada artículo el más barato. No como hace la del quinto G, que con la justificación de que trabaja en no sé qué ministerio, paga un sueldazo a la muchacha que le malcría a los hijos. Ella encarga todo por teléfono a la proveeduría de la otra cuadra y no controla ni el peso correcto ni los precios ¡Cómo la deben tragar! Me juego la cabeza que al final del mes, lo que gana apenas le alcanza para tirárselo encima con el cuento de la buena presencia… (Pausa) Ni falta hace que les diga que el menú del almuerzo lo elige la suscripta ¡Claro…! Respetando el régimen del nene por su alergia y la rabia que le dan a Marita el hígado y la polenta. (Pausa) ¿Y mis tardes? ¡Ah, lo que son mis tardes! Después de terminar con la vajilla, elijo entre lavar o planchar ¡Y nunca me repito!  Mientras lo hago, escucho mi radio preferida. (Pausa) También están los repasos de costura: botones, dobladillos, remiendos. A veces los hago tempranito y otras, casi de noche. A la nena la tengo acostumbrada a cambiar de hora con sus pedidos de ayuda para hacer los deberes. Mi prima Choli me pregunta por qué no la mando a una maestra particular, pero yo prefiero aprovechar mis conocimientos del bachillerato. (Pausa) A la clase de inglés la llevo un día en colectivo y otro caminando. Dos veces por semana vamos al hospital, para que juegue con la psicóloga que le está sacando la costumbre de hacerse pis encima que le agarró cuando nació el hermanito. Mientras la atiende me doy el gustazo de tejer, sin dejar de vigilar que Raulito no se me caiga del banco en que lo acuesto. Esas tardes son las más excitantes, porque como la mutual no cubre psiquiatría, tengo que viajar en tren con los dos hasta el único servicio en que conseguí que la trataran ¡Es toda una aventura! (Pausa) Cuando la doctora me hizo la historia clínica y me preguntó: ¿su ocupación?, le contesté muy orgullosa, ama de casa, porque con lo que hago me siento realizada, no como esas neuróticas que se la pasan renegando de un rol tan noble y responsable. (Pausa) Al médico para los test de inmunidad del nene lo seleccioné yo misma en la cartilla y para pagar la luz, el gas y el teléfono, elijo siempre colas de bancos diferentes. (Transición) Y entonces…, llega la noche. Decido cuidadosamente qué preparar, recordando las preferencias de Luis en el único rato que está en casa. (Pausa) ¡Pobre! En su fábrica hay alguien que le tiene rabia y, a toda costa, lo quiere dejar mal conmigo. Por ejemplo, una vez, al revisar los bolsillos del traje para llevarlo a la tintorería, encontré una servilleta de papel con semejante boca bien marcada en rouge y escrito al lado: toda para vos. (Pausa) Otra vuelta, en el bolsillo de arriba había dos entradas para un teatro de strip-tease. Luis dice que lo deben hacer de pura envidia porque saben que yo no soy una de esas desconfiadas inseguras que lo tienen marcado al marido todo el tiempo ¡Hay gente cretina en este mundo! (Pausa) A mí no me rozan siquiera con esas malas ondas. Porque sé muy bien en dónde estoy parada. Para mi Luis no hay nadie como su propia mujer, la madre de sus chicos. (Pausa) Siguiendo con mi día, los baño a ellos y mientras lavo los platos, escucho cada sobremesa un programa de TV distinto ¡Y tengo la libertad de imaginarme las imágenes! (Pausa) Después me baño yo, me perfumo, me pongo el camisón, el pijama o el baby-doll y espero libremente que Luis decida hacerme el amor. (Pausa larga) En realidad, en eso…, últimamente mi libertad no tiene casi límites, porque mi gordo anda siempre tan cansado y preocupado… (Transición) Cuando escucho a alguna amiga que se queja o cuando leo una de esas revistas que se han puesto maniáticas con el asunto de la liberación de la mujer ¡Me da una risa! Y también rabia de que me confundan con alguna de esas. Porque lo que es yo, al problema de la libertad lo tengo completamente superado ¡Al fin y al cabo, simplemente es cuestión de saber hacer bien las cosas!