Empezó de golpe a escribir cuentos, un día de enero del 78,
y fue “como destapar una olla”. Antes, Hebe Serebrisky había hecho periodismo
gremial y también prensa en la CGT: “Cuando me separé de mi primer marido, tuve
que laburar sí o sí. Renuncié cuando con el lopezreguismo la vida se hizo
imposible, no soportaba el clima de violencia y manoseo laboral”.
Pero después, el solo hecho de haber trabajado en la CGT le
cerró las puertas de los medios, y “ya no era una nena. Tuve una gran
depresión. Aparte de mi actividad periodística en los gremios, era rechazada
por la edad. Es cierto que a esa altura podría haber vivido sin trabajar porque
mi segundo marido podía mantenerme, pero ya no era el caso”.
Y llegó ese día de verano en que, no sabe bien cómo, se
largó a escribir algo distinto que periodismo. Y empezó a mandar a concursos.
Primero, ganó premios secundarios, después llegaron los importantes. Al año
siguiente prueba con teatro y construye Redes,
una pieza estrenada con críticas muy elogiosas. Se copa con la escena y se
olvida un poco de los cuentos. Esa primera obra es seguida por Don Elías campeón, El vuelo de las gallinas, Un
fénix lila, La cabeza del avestruz,
Proyecciones, El hipopótamo blanco, Anagrama…
De sus libros de cuentos, Hebe Serebrisky se acuerda con
cariño de Estela entera, acerca de
“una chica fronteriza con la esquizofrenia, que por su amistad con una mujer
mayor, un personaje medio mágico, se convierte en mujer entera”.
Ahora, anuncia la aparición de La otra punta, otro volumen de cuentos. “Quizás lo que más me
define son las caídas en el inconsciente. Escribo todo por imágenes”.
“Si hay algo que me preocupa en este mundo es la rigidez de
los roles, un tema que he tratado especialmente en Un fénix lila, de una manera risueña, musical. Creo que va a llegar
un día, y confío en que no esté demasiado lejano, en que los roles femenino y
masculino pierdan esa cosa estricta, estereotipada que todavía mantienen.
Aspiro a una mayor flexibilidad y lucho contra todo lo instituido como femenino
y masculino, esos aspectos cristalizados, todas esas imposiciones que sufren
hombres y mujeres. Quiero más ternura, más tolerancia, más solidaridad en los
dos sexos. Y creo que estamos pasando por una etapa en que los hombres están
muy en crisis; aun los que dicen aceptar el feminismo no aceptan de verdad este
cambio que se está produciendo en la mujer. Y se resisten”.
Cuando se realizó la primera asamblea de Teatro Abierto de
este año, se propuso que los autores se basaran sobre el tema de la libertad.
“Inmediatamente, escribí un monólogo corto, Mi libertad, que remite a temas muy cotidianos de la condición del
ama de casa, antes que a los grandes temas que generalmente se relacionan con
la libertad. De todos modos, no fui invitada a participar, y finalmente no se
hizo Teatro Abierto (sobre 25 autores que se invitó, solo figuraban dos mujeres
que, por otra parte, ya habían avisado que iban a participar…)”.
Como el proyecto era presentar las obras en barrios, en
lugares abiertos, Serebrisky se propuso “hacer algo muy sencillo, que llegara a
la mayoría de mujeres que están en la situación de la protagonista. Mi mayor
pretensión sería que a través del humor hagan una pequeña, mínima autocrítica.
Sé que esto no es fácil porque generalmente las defensas son muy grandes… Para
escribir Mi libertad, me inspiré en
mis propias experiencias y en las de mis amigas. Como esta obra tiene una
cierta ambigüedad, mi temor es que se la interprete equivocadamente, sin poner
en evidencia toda la ironía que contiene. Por eso, me gustaría que la
protagonizara una actriz con mucho sentido del humor”.
Mi libertad. Monólogo
para amas de casa crédulas
Por Hebe Serebrisky
Carola (en la treintena): Yo cuido mucho mi libertad. No
entiendo a esas personas que dejan correr los mejores años de su vida atadas a
cosas que las condicionan. (Pausa) Repito: necesito sentirme libre ¡La vida es
una sola! (Categórica) ¡Y lo consigo! (Pausa, confidente) Por ejemplo, a la
mañana, tengo muy bien calculado que para tener listo el desayuno antes de
despertar a Luis y los chicos, tengo que levantarme a las seis y media.
Entonces… pongo el reloj a las seis y veinte. Durante esos diez minutos, no hay
nadie más libre que yo en el mundo entero. (Pausa) Puedo remolonear entre las
sábanas, esperar el diario para mirar los titulares, regar las plantas. En fin,
rascarme. (Pausa) ¡Y ése es recién el comienzo! Después, cuando consigo
sacarlos de la cama, me reservo la elección de hacer un café con leche con
tostadas; otro, té con leche con galletitas o, en una de esas, mate cocido con
bizcochitos caseros. (Pausa) Ellos están acostumbrados y ni se les ocurre
discutir mi decisión. (Pausa) Despido a Luis con un beso en la puerta, con un
abrazo en la cocina o, si se me da la gana, con un simple chau y quedo
totalmente sola con nuestros hijos hasta la noche ¡Dueña y señora del hogar!
(Pausa) Cuando no tiene una despedida de soltero o un agasajo a un jubilado;
porque en esos casos vuelve a la madrugada… ¡Y hay tantos que se casan o
jubilan! Pero mi marido es tan gauchito que a veces se queda a dormir en lo de
un compañero de trabajo para no despertarnos al llegar. (Transición) Les decía
que cuando él se va, a la mañana, antes que nada, acompaño a Marita al colegio.
Pero tomo un día por un camino y al siguiente por otro. Además, al bebé, una
vez lo llevo en sillita, otra en cochecito y si se me antoja, lo cargo en
brazos. El asunto es variar ¡Y tengo una imaginación! Nunca empiezo las tareas
de la casa por lo mismo. La monotonía es lo que quita la gracia de las cosas.
Primero tiendo las camas y después barro. Lavo las tazas. O, en un arranque,
paso la aspiradora. A veces, hasta me doy el lujo de empezar por cocinar.
Total, se puede calentar todo con un golpe de horno. (Pausa) Tampoco hago las
compras siempre en el mismo sitio; voy cambiando de mercado entre los del
barrio, eligiendo para cada artículo el más barato. No como hace la del quinto
G, que con la justificación de que trabaja en no sé qué ministerio, paga un
sueldazo a la muchacha que le malcría a los hijos. Ella encarga todo por
teléfono a la proveeduría de la otra cuadra y no controla ni el peso correcto
ni los precios ¡Cómo la deben tragar! Me juego la cabeza que al final del mes,
lo que gana apenas le alcanza para tirárselo encima con el cuento de la buena
presencia… (Pausa) Ni falta hace que les diga que el menú del almuerzo lo elige
la suscripta ¡Claro…! Respetando el régimen del nene por su alergia y la rabia
que le dan a Marita el hígado y la polenta. (Pausa) ¿Y mis tardes? ¡Ah, lo que
son mis tardes! Después de terminar con la vajilla, elijo entre lavar o
planchar ¡Y nunca me repito! Mientras lo
hago, escucho mi radio preferida. (Pausa) También están los repasos de costura:
botones, dobladillos, remiendos. A veces los hago tempranito y otras, casi de
noche. A la nena la tengo acostumbrada a cambiar de hora con sus pedidos de
ayuda para hacer los deberes. Mi prima Choli me pregunta por qué no la mando a
una maestra particular, pero yo prefiero aprovechar mis conocimientos del
bachillerato. (Pausa) A la clase de inglés la llevo un día en colectivo y otro
caminando. Dos veces por semana vamos al hospital, para que juegue con la
psicóloga que le está sacando la costumbre de hacerse pis encima que le agarró
cuando nació el hermanito. Mientras la atiende me doy el gustazo de tejer, sin
dejar de vigilar que Raulito no se me caiga del banco en que lo acuesto. Esas
tardes son las más excitantes, porque como la mutual no cubre psiquiatría,
tengo que viajar en tren con los dos hasta el único servicio en que conseguí
que la trataran ¡Es toda una aventura! (Pausa) Cuando la doctora me hizo la
historia clínica y me preguntó: ¿su ocupación?, le contesté muy orgullosa, ama
de casa, porque con lo que hago me siento realizada, no como esas neuróticas
que se la pasan renegando de un rol tan noble y responsable. (Pausa) Al médico
para los test de inmunidad del nene lo seleccioné yo misma en la cartilla y
para pagar la luz, el gas y el teléfono, elijo siempre colas de bancos
diferentes. (Transición) Y entonces…, llega la noche. Decido cuidadosamente qué
preparar, recordando las preferencias de Luis en el único rato que está en
casa. (Pausa) ¡Pobre! En su fábrica hay alguien que le tiene rabia y, a toda
costa, lo quiere dejar mal conmigo. Por ejemplo, una vez, al revisar los
bolsillos del traje para llevarlo a la tintorería, encontré una servilleta de
papel con semejante boca bien marcada en rouge y escrito al lado: toda para
vos. (Pausa) Otra vuelta, en el bolsillo de arriba había dos entradas para un
teatro de strip-tease. Luis dice que lo deben hacer de pura envidia porque saben
que yo no soy una de esas desconfiadas inseguras que lo tienen marcado al
marido todo el tiempo ¡Hay gente cretina en este mundo! (Pausa) A mí no me
rozan siquiera con esas malas ondas. Porque sé muy bien en dónde estoy parada.
Para mi Luis no hay nadie como su propia mujer, la madre de sus chicos. (Pausa)
Siguiendo con mi día, los baño a ellos y mientras lavo los platos, escucho cada
sobremesa un programa de TV distinto ¡Y tengo la libertad de imaginarme las
imágenes! (Pausa) Después me baño yo, me perfumo, me pongo el camisón, el
pijama o el baby-doll y espero libremente que Luis decida hacerme el amor.
(Pausa larga) En realidad, en eso…, últimamente mi libertad no tiene casi
límites, porque mi gordo anda siempre tan cansado y preocupado… (Transición)
Cuando escucho a alguna amiga que se queja o cuando leo una de esas revistas
que se han puesto maniáticas con el asunto de la liberación de la mujer ¡Me da
una risa! Y también rabia de que me confundan con alguna de esas. Porque lo que
es yo, al problema de la libertad lo tengo completamente superado ¡Al fin y al
cabo, simplemente es cuestión de saber hacer bien las cosas!